Hace unos días arrancábamos oficialmente el verano. Verano que para todos aquellos expertos del cambio climático y dramáticos del clima en general, significa calor en España. Calor que llevan años haciendo hincapié que es un problema para la salud. Un calor que hace unos días, en la primera pero corta ola de calor que ya hemos vivido en España, se llevaba la vida de dos trabajadores del campo en España. Pero este verano el calor pasa a un segundo plano, o quizás hasta un cuarto o quinto plano, por decisión de Pedro Sánchez de convocar elecciones generales en España. Pedro Sánchez decidido que en julio no se hablara del calor insufrible y las ansiadas vacaciones, eligió que era el momento perfecto para unas elecciones nacionales. ¿Quién concibe una idea tan descabellada como convocar elecciones en pleno apogeo estival? El escenario parece más propio de una tragicomedia que de una democracia del siglo XXI.
Desde que se anunció la disolución del Parlamento, han surgido todo tipo de especulaciones sobre cómo podrían transcurrir estas elecciones estivales. Pero la realidad es mucho más prosaica: es un completo misterio.
A su vez, el calor extremo que se espera no hace sino complicar aún más la situación. Se pronostican temperaturas superiores a 40 grados para la próxima semana, la primera de campaña electoral. ¿Qué harán los partidos políticos si el calor es peligroso para la salud? ¿Suspenderán actos y mítines? ¿O acaso la salud de los ciudadanos no importa cuando está en juego el futuro de los políticos y sus partidos?
Estas elecciones veraniegas, impuestas por un gobierno cuya capacidad de sorprendernos para mal parece no tener límites, han llevado a los electores a tener que elegir entre ejercer su deber ciudadano o preservar su bienestar. ¿Es acaso esto lo que se entiende por democracia?
La ola de calor de este año amenaza con batir todos los récords. Sin embargo, parece que la salud y el bienestar de los ciudadanos pasan a un segundo plano cuando de política se trata. ¿Cómo se espera que los electores acudan a las urnas bajo un sol abrasador, y por qué deberían hacerlo en detrimento de su propia salud? ¿Y quién piensa en los ciudadanos que tienen que estar en una mesa electoral en muchos casos en colegios sin aire acondicionado? ¿Se han contemplado protocolos ante posibles golpes de calor? ¿Alguien asumirá las consecuencias de desenlaces fatales por la obligación de estar en una mesa electoral? Demasiadas preguntas en el aire.
A la vista de estas circunstancias, nos vemos abocados a una elección marcada por la incertidumbre y la desorientación. Ante la perspectiva de una coalición de derechas, algunos electores podrían verse movilizados, pero la pregunta es, ¿a qué coste?
Al final, tanto si la izquierda como si la derecha tienen éxito, las negociaciones para formar gobierno prometen ser complejas. Pero una vez más, parece que las aspiraciones políticas pesan más que la realidad de una sociedad que sufre.
Esta situación de tensión es un claro reflejo de la polarización en nuestro país. La certeza es que nada es predecible. Sin embargo, una cosa es segura: las urnas arden, al igual que el país. Y la pregunta que debemos hacernos es, ¿Qué vale más: la política o la salud de las personas?