En el ambiente deslumbrante y efervescente de la cumbre Global Fashion en Copenhague, los matices del glamour y la extravagancia encontraron un espacio inusual. Hablamos de una industria que durante décadas ha sabido deleitarnos con la belleza de lo novedoso y lo extraordinario, pero que hoy se enfrenta a una cuestión menos atractiva: ¿Cómo puede este sector sobrevivir a los esfuerzos mundiales por reducir las emisiones de carbono y eliminar residuos?
La maquinaria de la moda, aquella que ha regalado a la humanidad esas delicias estéticas que engalanan los escaparates, se tambalea ante las amenazas de las próximas regulaciones de la Unión Europea y los Estados Unidos. La industria textil de la UE, con un volumen de negocio de 147.000 millones de euros, se enfrenta a un aluvión de regulaciones que podrían obligarla a una reconsideración de sus abusos medioambientales y de derechos humanos.
Si bien el 80 por ciento de estos impactos ocurren más allá de las fronteras de la UE, donde se produce la mayor parte de la producción textil, no podemos olvidar la importancia del respeto a los derechos de los trabajadores. Según estimaciones de la Campaña Ropa Limpia, el salario mínimo para los trabajadores de la confección en Bangladesh es de 94 dólares al mes, mientras que el salario digno se estima en 569 dólares al mes.
Para echarle más leña al fuego, después de toda esta situación, en Europa, una prenda solo acaba siendo utilizada una media de siete u ocho veces antes de ser desechada.
Frente a esta triste realidad, la UE se mueve con nuevas normas sobre cadenas de suministro, greenwashing y diseño sostenible. Reglas que podrían obligar a las empresas a adherirse a normas todavía no definidas sobre la fabricación sostenible de su ropa. Se avecina una prohibición a las empresas de destruir bienes no vendidos y, apenas esta semana, Bruselas anunció nuevas leyes que obligarán a la industria a pagar por la limpieza de los residuos que produce.
En esta tumultuosa coyuntura, figuras como Nicolaj Reffstrup, cofundador de la marca de moda danesa Ganni, o Amanda Tucker, vicepresidenta de abastecimiento responsable y sostenibilidad en el gigante minorista estadounidense Target, enfatizan la necesidad de implicar a las marcas y proveedores en la formulación de estas políticas.
Claro que, a pesar de los esfuerzos por mostrar una actitud optimista, los protagonistas de la industria están preocupados por el futuro cada vez más incierto. «Somos una industria no regulada hasta ahora, así que todo es nuevo y la gente tiene miedo«, comenta Clémence Hermann, directora senior de asuntos públicos y sostenibilidad en el portal de moda online Zalando.
En vista de la amenaza de más regulaciones, las empresas están tratando de averiguar cómo controlar sus propias cadenas de suministro y hacer sus procesos de fabricación más ecológicos. Sin embargo, para los defensores del medio ambiente, las cosas no avanzan lo suficientemente rápido.
«Es increíble que las marcas de moda rápida, por primera vez, sean responsables de pagar por eso. Pero es lo mínimo y estamos hablando de negocios gigantescos», dice Livia Firth, cofundadora de la consultora de sostenibilidad Eco-Age.
Los líderes de la moda aseguran que están escuchando, pero advierten que la revolución no ocurrirá de la noche a la mañana. «Oímos la urgencia y tienen toda la razón, pero ¿cómo hacemos que esto ocurra de una manera que sea realmente factible?«, pregunta Hermann de Zalando.
Por tanto, parece que este hermoso monstruo de la moda está a punto de enfrentarse a su versión de la cuadratura del círculo, y está por verse cómo logrará equilibrar los principios de la belleza y la sostenibilidad.