Un acontecimiento histórico ha sacudido los cimientos de la nación de Israel. En medio de la tormenta política, el Parlamento de Israel, el Knéset, ha aprobado la ley de reforma judicial impulsada por el Gobierno de Benjamin Netanyahu. Esta ley, de intenso debate y no exenta de detractores, ha logrado encontrar su camino hasta su ratificación.
La nueva ley establece un desafío directo a la Corte Suprema de Israel, que hasta ahora podía controlar e interferir en las decisiones del Gobierno gracias a lo que se conocía como el «principio de razonabilidad». Con esta reforma, se aumenta la autonomía del Ejecutivo, permitiendo que tenga más margen de maniobra sin las restricciones judiciales que anteriormente lo ataban. Una vez más, Israel mira al modelo americano, emulando su sistema de elección de jueces para su Corte Suprema.
Esta aprobación ha tenido lugar en un pleno convulso. El bloque de oposición optó por abandonar el pleno en señal de protesta, una decisión que, paradójicamente, permitió la aprobación de la ley al no haber votos en contra. La controversia en torno a la ley es palpable, con multitudes movilizándose tanto a favor como en contra.
El Ministro de Justicia, Yariv Levin, se mostró satisfecho con la aprobación de la reforma. En sus palabras, la ley supone una “conquista para el equilibrio de fuerzas en Israel, liberándolo del yugo de su Corte Suprema» y restauro los poderes quitados al Gobierno y a la Knéset durante muchos años.
En contraste, la oposición y los críticos de la nueva ley han manifestado que estas medidas no son más que una respuesta a los agravios personales y políticos de Netanyahu. Este cambio en la legislación viene en un momento clave para el primer ministro, quien está siendo actualmente juzgado por cargos de corrupción. Para ellos, el «principio de razonabilidad» era una necesidad, una herramienta de supervisión del poder Ejecutivo que no debería haberse desechado.
El ex primer ministro y líder de la oposición lo deja claro: “Esto es una ruptura total de las reglas del juego. Vamos hacia el desastre».
Las protestas y las movilizaciones no dan indicios de cesar en Israel. El presidente Isaac Herzog, durante su visita a Estados Unidos la semana pasada, intentó sin éxito calmar las tensiones. Llamó a los partidos políticos a llegar a un consenso de «emergencia nacional». Sin embargo, el movimiento de protesta, que ya dura siete meses, parece estar en pleno auge, y la huelga general sitúa al país en una posición complicada.
Pero en la balanza también pesan los que apoyan la reforma. En una muestra clara de la división política en el país, las movilizaciones pro-reforma también son masivas en Israel. En este tablero de ajedrez político, solo el tiempo dirá quién será el rey y quién el peón.