El gobierno de coalición de los Países Bajos se desploma como un castillo de naipes, mostrando cómo la cuestión migratoria desgarra la paz social y política no solo en Holanda, sino en toda la Europa.
El viernes por la noche, la coalición de gobierno de los Países Bajos se desmoronó después de no poder alcanzar un acuerdo sobre cómo gestionar el número de solicitantes de asilo que ingresan al país. Durante meses, los ministros han estado debatiendo nuevas medidas para limitar la afluencia de solicitantes de asilo al país. Pero las tensiones llegaron a un punto crítico esta semana cuando dos partidos de la coalición se negaron a respaldar la iniciativa del primer ministro Mark Rutte de dificultar la reunificación familiar para los refugiados.
El enfoque conservador de Rutte sobre la política migratoria ha causado una división insalvable en el gobierno holandés. En esta línea, su partido, el VVD, proponía crear un sistema de dos niveles para los solicitantes de asilo, otorgando más derechos a las personas amenazadas de persecución que a aquellos que huyen de zonas de guerra. Además, planteaba que el número de familiares que podrían unirse a los refugiados en la segunda categoría debería limitarse a 200 por año.
Sin embargo, se encontraron con la oposición de la Christen Unie, el miembro más pequeño de la coalición de cuatro partidos, que afirmó que no estaba dispuesto a separar a las familias. “Ahora que no hemos podido encontrar un acuerdo sobre esto, hemos evaluado colectivamente que el apoyo político bajo la coalición ha desaparecido”, dijo Rutte con cierta amargura.
Esta situación, además de dibujar el fin del cuarto mandato de Rutte, refleja un problema que se extiende mucho más allá de las fronteras de los Países Bajos. Las solicitudes de asilo en el país aumentaron en un tercio el año pasado a más de 46.000, y se espera que aumenten a más de 70.000 este año, superando el récord anterior de 2015.
La situación migratoria en Europa se está convirtiendo en una auténtica patata caliente que quema en las manos de los gobernantes. Ya hemos visto disturbios en Francia y un creciente malestar en países como España, Italia, Suecia o Alemania, donde los ciudadanos cada vez señalan la inmigración como uno de los principales problemas de sus países.
La incapacidad para abordar de manera eficaz y consensuada esta cuestión se ha convertido en un arma arrojadiza que amenaza la estabilidad de los gobiernos. La crisis migratoria no solo es un desafío humanitario sino que también se ha convertido en un desafío político de primer orden.
Los ecos de la caída del gobierno holandés seguramente resonarán en los salones del poder en todo el continente. Con las elecciones holandesas probablemente a celebrarse en noviembre, otros gobiernos europeos estarán observando de cerca.
Hoy, es evidente que, la marea migratoria es un fenómeno que no puede ser ignorado ni mucho menos subestimado. De no ser gestionado adecuadamente, este asunto, sin duda, amenaza con desatar nuevas tormentas en el frágil equilibrio de poder en el Viejo Continente.