El barco español ha estado navegando en una tempestad financiera, pilotado de manera imprudente por el gobierno de Pedro Sánchez. Es imposible negar la imprudencia económica de la administración actual, cuyo legado será una montaña de deuda y una economía atada a las cuerdas. Habiendo abusado de los estímulos fiscales y monetarios más grandes de la historia, Sánchez ha dejado a su paso un rastro de deuda inmanejable y un crecimiento nulo del PIB. La factura de esta derrochadora fiesta, lamentablemente, será pagada por nuestras futuras generaciones.
Mientras tanto, en Alemania, el Ministro de Economía suena las alarmas. Ha llegado el momento, dice, de recortar los presupuestos y volver a la senda de la viabilidad presupuestaria y económica. El aviso de Alemania es una señal ineludible para nosotros: es hora de poner nuestras finanzas en orden. La presión de cumplir con los objetivos económicos de la Unión Europea será aplastante, y nadie, ni siquiera España, puede ignorarla.
¿Y qué sucede en nuestro escenario político nacional? Los partidos políticos, en lugar de ofrecer soluciones realistas, prometen más gasto público y reducciones de impuestos, lo que resultará inevitablemente en más deuda. Se echa en falta que los partidos políticos se comprometan con sus propuestas electorales con una memoria económica de esas propuestas y programas electorales que deberían ejecutar. Los ciudadanos deberían tener el poder de derrocar al gobierno si no cumple con lo prometido.
Sin embargo, estamos muy lejos de este ideal. Nuestros hijos y nietos serán los que carguen con la factura de este derroche. Pedro Sánchez, con su desenfrenado gasto, ha propiciado una fiesta a la que todos fuimos invitados, aunque muchos quizás no nos enteramos de ello, pero ninguno de nosotros recuerda haber aceptado pagar la cuenta.
Si no revertimos este exceso de gasto innecesario y el aumento desmesurado de impuestos, el «sanchismo» no solo no será derogado, sino que se perpetuará. El próximo gobierno tiene la obligación de alcanzar la consolidación fiscal y revertir el enorme incremento del gasto clientelar político. Es una cuestión de responsabilidad y transparencia hacia las generaciones futuras.
Europa está observando y pronto nos cortará el grifo de la financiación. No podemos ignorar por más tiempo los avisos, ni podemos continuar eludiendo nuestra responsabilidad. Es hora de abrocharnos el cinturón, de aplicar políticas de austeridad y de comenzar a reparar el daño que se ha causado.
El futuro económico puede parecer negro, pero no estamos aún sin esperanza. La responsabilidad, la disciplina y la transparencia pueden ser nuestros aliados para reconstruir y sanear nuestra economía, y dejar un legado que nuestras futuras generaciones puedan afrontar con confianza, no con temor.
