En la milenaria tradición militar, el respeto y la solemnidad son fundamentos inamovibles que se han preservado con orgullo a lo largo de los siglos. Sin embargo, en la última entrega de los premios del Ejército, se ha infringido este sacrosanto protocolo al permitir una performance que ha dejado perplejos y sumamente indignados a muchos miembros y exmiembros de las Fuerzas Armadas.
El pasado 29 de junio, en la sede de la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra en Madrid, se celebraba la 59ª edición de los premios del Ejército. El evento, presidido por la ministra Margarita Robles y el Jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra (JEME), el general Amador Enseñat y Berea, debería haber transcurrido sin sobresaltos.
Pero la noche tomaría un giro inesperado. Un ballet, ataviado con uniformes militares, se adueñó del escenario para interpretar una coreografía al ritmo de la canción de Michael Jackson «They Don’t Care About Us», conocida por sus tintes antimilitaristas. Imaginarias armas, pasos marciales, piruetas y movimientos de baile moderno formaron parte de este desfile de despropósitos. El estilo estricto y serio que caracteriza a las Fuerzas Armadas parecía haberse evaporado, dejando en su lugar una representación que, para muchos, rozó lo «ridículo» y lo «deshonroso».
La indignación no tardó en hacerse sentir, especialmente en las redes sociales, donde militares y exmilitares expresaron su «vergüenza» ante lo que consideraban una falta de respeto hacia su institución. Para algunos, era como si se hubiera desdibujado la distinción entre un espectáculo de variedades y una ceremonia que debería revestir de honor y reconocimiento a quienes sirven a su país.
No obstante, la ira no se limita a la coreografía en sí. También se dirige a la elección de la música, que rezuma un manifiesto antimilitarismo. La canción de Michael Jackson ha sido objeto de controversia en más de una ocasión por su mensaje crítico hacia las estructuras de poder y, en particular, hacia el Ejército.
Es cierto que las Fuerzas Armadas deben adaptarse a los tiempos y a los cambios culturales, pero nunca debe hacerse a costa de perder su esencia, de diluir su identidad. Las expresiones de disgusto son un reflejo de esta convicción.