sábado, 27 julio, 2024

La nueva ley rusa: un cerrojo ante el desafío transgénero

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Iain Gillen
Iain Gillen
Soy Iain Gillen, nacido en la pintoresca ciudad de Cody, Wyoming, pero he pasado gran parte de mi vida en la vibrante y política capital de los Estados Unidos, Washington D.C. Me enorgullezco de ser periodista e historiador especializado en política internacional y relaciones institucionales. Mi carrera me ha llevado a trabajar en prestigiosos periódicos estadounidenses y en estrecha colaboración con lobbis económicos y políticos de ideología republicana en Estados Unidos. Desde 2021, resido en España, donde he combinado mi trabajo con colaboraciones para el medio de comunicación digital de noticias y podcast Eco de Libertad. Soy miembro del Partido Republicano, un defensor apasionado de las ideas conservadoras y un crítico acérrimo de las políticas WOKE y demócratas que se están llevando a cabo en Estados Unidos y cómo afectan al resto del mundo. Mi español es bastante fluido, aunque considero lo escribo mejor que lo hablo. Actualmente, comparto mi tiempo entre las hermosas ciudades de Barcelona y Madrid, donde trabajo, pero siempre encuentro tiempo para escaparme a mi casa de verdad, en Denia, una joya de lugar.

En el ajedrez de la política global, donde las piezas se mueven con astucia y precisión, Rusia, liderada por Vladimir Putin, parece decidida a retomar el mando de la partida. El mandatario ruso, como buen maestro del juego, ha movido una pieza clave: la de la tradición frente a la modernidad, o quizás, la cordura frente al desvarío.

El lunes pasado, Putin firmó un proyecto de ley que prohíbe los procedimientos quirúrgicos y hormonales de cambios de género. La legislación ya se encuentra oficialmente en el registro de leyes, marcando un punto de inflexión en la política de identidad, y provocando un remezón en la tabla del ajedrez mundial.

El acto de la firma es como un jaque mate a la ideología de género que se ha venido imponiendo, no sin controversias, en Occidente. Rusia no cede ante las modas de lo «woke» ni las presiones de un mundo que parece empeñado en diluir las fronteras entre los sexos.

Este nuevo marco legal, aprobado por unanimidad en ambas cámaras del parlamento ruso, entró en vigor de inmediato, representando un auténtico cortafuegos ante la ola de cambios de sexo y transiciones de género que muchos tildan de modas pasajeras, y otros, de actos desesperados en la búsqueda de una identidad.

La ley contempla ciertas excepciones, pero estas no se escapan del manto de la razón. Solo se permitirán tratamientos de cambio de género en casos de “anomalías fisiológicas congénitas en la formación del sexo en los niños”, es decir, en los casos de individuos nacidos con características intersexuales.

No obstante, tal magnanimidad no se extiende a todos los médicos. El texto legal señala que únicamente los centros vinculados al Ministerio de Salud de Rusia podrán tomar decisiones sobre dichos tratamientos y emitir los certificados pertinentes.

Vyacheslav Volodin, presidente de la Asamblea de Rusia, ha expresado una visión de claridad meridiana sobre la nueva ley: «Hay condiciones que se pueden identificar durante la niñez. Sin embargo, cuando una persona cambia de sexo porque se despertó por la mañana y decidió que no es un niño sino una niña, eso está mal».

Esta ley se erige también como un dique ante los cambios de género en documentos oficiales o registros públicos, y además, prohíbe la adopción a personas transgénero. Para sus defensores, estas medidas se erigen como un escudo protector contra la «ideología anti-familia occidental», que parece ignorar la importancia de la familia nuclear y las tradiciones en pos de una «tolerancia» mal entendida.

Por supuesto, hay voces disonantes. Lyubov Vinogradova, director ejecutivo de la Asociación Psiquiátrica Independiente de Rusia, ha calificado la ley como “misantrópica”, abogando por la necesidad de tratamientos de transición de sexo “para las personas para las que es la única forma de… existir normalmente y encontrar la paz consigo mismos”.

Con esta nueva ley, Rusia levanta un baluarte en defensa de la tradición, y sin duda, la partida se tornará más interesante. Ahora solo queda esperar y ver quién mueve la próxima pieza en este tablero global.

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